Capítulo 29
Las miradas inquietantes cayeron sobre mí, llenas de envidia y resentimiento.
Sentí un calor punzante en la nuca por las miradas penetrantes de los cadetes, acompañadas de sus murmullos sarcásticos.
Desvié la mirada hacia Siegfried. Su expresión no reveló ni un solo parpadeo, como si estuviera analizando cada uno de mis movimientos con la precisión de una hoja afilada.
Apretó la empuñadura de su espada con una fuerza controlada que sugería que se enfrentaba a un oponente digno.
¡Aguanta!
El sonido de su espada resonó, tan claro como el rocío de la mañana.
Un murmullo de asombro recorrió el campo de entrenamiento.
Los estudiantes que sostenían sus propias espadas miraban de un lado a otro entre sus armas y la de Siegfried, mientras que otros de diferentes clases abrían los ojos con asombro.
Aunque parecía una espada de hierro corriente, en sus manos brillaba con el aura de una reliquia.
Parpadeé, abriendo y cerrando los ojos. Estaba cara a cara con un maestro de la espada.
El ambiente se había vuelto espeso y el aire parecía fluir de forma extraña, casi como si se moviera en una dirección diferente. Su postura, el ángulo preciso de su espada apuntando hacia mí… todo era perfecto.
El caos, que ni las reprimendas del instructor Lee Won-Bin pudieron aplacar, se había silenciado. Todos, incluido yo, respiramos hondo y miramos al Emperador de la Espada como si fuera una estatua digna de admiración.
«¿Ya te han curado los huesos, chico?».
La voz de Siegfried me sacó de mi trance.
«Sí… estoy bien».
«Entonces, coge tu espada».
Dudé. Incluso si se tratara de un combate de entrenamiento, no me parecía correcto. No era porque acabara de salir del hospital. Mi cuerpo, completamente descansado, estaba en perfectas condiciones.
Quizás se debía a la Bendición del Dios de la Espada, pero mis instintos clamaban por la batalla.
Sin embargo, a pesar de las ganas, mi mente racional se resistía.
Siegfried von Nibelung, el Emperador Espada, estaba justo delante de mí. Sabía que en un duelo con él, no saldría ileso.
En el mejor de los casos, uno de nosotros perdería una mano; en el peor, una cabeza.
Además, demasiados ojos estaban puestos en nosotros. Solo de pensar en el efecto dominó que esto podría causar, me dolían las sienes.
Necesitaba rechazar esto de alguna manera.
Incliné la cabeza ante Siegfried.
«No soy digno de enfrentarme al Emperador de la Espada. Por favor, envaina tu espada».
Escuché risas ahogadas de los cadetes. Algunos murmuraron que lo sabían, otros dijeron que estaba claramente asustado.
Pensaban que era fácil, los que podían opinar sin estar en mi lugar.
La mayoría de ellos probablemente perderían la compostura con un solo movimiento, y no pude evitar mirarlos con irritación.
Volví a fijarme en la expresión de Siegfried.
Sus sienes se tensaron y las venas se le marcaron, y su mirada, fría y penetrante, brilló con una amenaza palpable.
Estaba claro que estaba disgustado.
«¿Crees que puedes ocultar tu poder para siempre? ¿Dónde está tu respeto por tu oponente? ¿De qué sirve el talento si actúas como un cobarde?».
Su voz era lo suficientemente baja como para que solo yo pudiera oírla. Continuó implacablemente.
«¿No tienes orgullo como espadachín?».
Ese comentario hizo que se me temblara la mejilla. Siegfried chasqueó la lengua con disgusto.
«Orgullo».
Una palabra que había grabado en mi corazón desde que me gané el título de mejor espadachín de la nación. Esas dos sílabas eran la razón por la que nunca soltaba la espada.
En la tensa atmósfera, el sudor corría por la frente del instructor Lee Won-Bin como una cascada.
Parecía que quería intervenir, pero con Siegfried como oponente, no se atrevía a actuar y cambiaba nerviosamente de postura.
Por otro lado, Siegfried me observaba, claramente decidido a no ceder.
Sabía que cada una de sus palabras era una provocación calculada, destinada a poner a prueba mi reacción y medir mis habilidades.
Si mordía el anzuelo, seguramente me arrepentiría más tarde.
Apreté y aflojé la mano, sintiendo cómo se hinchaban las venas del brazo.
Todas las miradas estaban puestas en mí, llenas de expectación. Parecían querer que me echara atrás, anticipando con impaciencia mi retirada.
Ese pensamiento despertó algo dentro de mí.
Mis manos se movieron solas hasta mi cintura, donde mis dedos se enroscaron en la empuñadura de la espada, desenvainándola con un movimiento suave.
¡Clang!
La atención se centró en mí. Parecía que los ojos de todos se habían duplicado al ver mi reacción.
El instructor Lee intentó acercarse apresuradamente, pero Siegfried lo detuvo.
«Parece que has tomado una decisión».
Una leve sonrisa apareció en sus labios.
Como si hubiera estado esperando mi resolución, Siegfried levantó su espada. Su voz sonó clara y solemne mientras hacía una reverencia formal.
«Siegfried von Nibelung, Emperador de la Espada. Solicito un duelo».
Quité el polvo del suelo con el pie y adopté mi postura. Deslicé la espada ligeramente por el aire, dejando que el filo brillara.
[Se manifiesta la bendición del Dios de la Espada].
«Kang Geom-Ma, cadete de primer año. Aprenderé lo que pueda».
Estaba completamente oscuro.
En medio de una oscuridad que lo envolvía todo, dos hombres se enfrentaban, empuñando sus espadas.
Tap, tap.
Siegfried se movió primero.
Sus pasos resonaron suavemente, como si avanzara para saludar a un viejo amigo.
Sostenía su espada recta en la mano izquierda, sintiendo el cálido torrente de sangre en su pecho: un fuego extinguido hace mucho tiempo, ahora reavivado.
En el instante en que sus espadas chocaron, la edad se convirtió en un detalle irrelevante.
El peso de sus años pareció desvanecerse en la emoción de la vida que sentía, y una leve sonrisa se deslizó en su rostro. Siegfried recordó su juventud, aunque ahora era un hombre de setenta años.
Claro como el día, recordó aquel momento en sus primeros años cuando, entrenando solo en las montañas, se encontró con un espadachín errante.
Ese hombre, que le había dado una visión de la “maestría a través de la espada”, era un personaje harapiento y manco cuya habilidad rozaba lo divino.
“Iluminación a través de la espada”.
Siegfried volvió a centrar su atención en su oponente.
Desde el examen de selección, había estado observando a este chico, Kang Geom-Ma.
Su cuerpo aún estaba creciendo, como los primeros brotes de una planta joven, pero su mirada contenía la experiencia de alguien mucho mayor.
Por un instante, la imagen de Kang Geom-Ma se superpuso con la del espadachín errante.
Quizás este joven fuera la clave para llevarlo a un nivel aún más alto.
Su corazón latía con fuerza, su espada estaba fría. Para un guerrero, eso era más que suficiente. Todo lo que necesitaba era un cuerpo fuerte y una hoja afilada.
Al enfrentarse a Kang Geom-Ma, Siegfried dejó de lado su título de Maestro de la Espada. Quería enfrentarse a él simplemente como un guerrero.
Tap, tap.
Sus pasos eran ligeros, casi infantiles, mientras avanzaba con la espada en ristre, listo para atacar. La espada de Siegfried brilló como un rayo, buscando la hoja de Kang Geom-Ma.
¡Zas!
La hoja cortó el aire. Siegfried, imperturbable, levantó la vista y vio a Kang Geom-Ma saltando por los aires. Una leve sonrisa se dibujó en los arrugados labios de Siegfried.
Si el chico no hubiera sido capaz de hacer algo así, se habría decepcionado.
¡Zas!
La espada de Siegfried se elevó en un arco ascendente, en un movimiento magistral. Kang Geom-Ma se enfrentó al ataque del mayor de frente, sin esquivarlo.
¡Clang! ¡Clang!
El choque de espadas resonó, agudo y sólido.
Siegfried sintió que su brazo se aligeraba y que el impulso de su espada aumentaba con fuerza.
Había olvidado que solo era un combate de entrenamiento.
Los rastros plateados que dejaban sus espadas eran casi invisibles para el ojo humano.
Cuando Siegfried atacó, Kang Geom-Ma respondió, y viceversa.
La hoja sashimi de Kang Geom-Ma, rápida y precisa como una golondrina, trazó un arco imposible. Siegfried, con la sabiduría arraigada en cada articulación de sus huesos, bloqueó cada movimiento.
Con cada impacto, saltaban chispas que iluminaban brevemente el espacio entre ellos.
La espada de Siegfried llevaba el peso de una vida dedicada a la espada y un talento en su apogeo.
La espada de Kang Geom-Ma parecía imbuida de una habilidad casi sobrenatural, como si fuera algo más que humano.
Aunque el intercambio fue breve, el tiempo se sintió artificialmente alargado en su danza mortal.
Incluso en ese breve lapso, solo la espada de Kang Geom-Ma se movió a una velocidad claramente diferente y cada vez mayor.
La velocidad de la espada de Kang Geom-Ma era notablemente más rápida por segundo.
En menos de un minuto, el chico avanzaba. Cuando su hoja de sashimi dibujó un arco, un sonido agudo resonó, como si el propio espacio estuviera siendo cortado.
Siegfried lo encontró casi cómico, y en lugar de reír, contuvo la respiración.
«Es extraordinario».
Siegfried, el Emperador Espada, sonrió mostrando los dientes como un niño.
Alguna vez fue conocido como el guerrero más fuerte de la humanidad, un título al que todo hombre aspiraba.
Muy pocos habían logrado resistir su espada, y todos acabaron arrodillándose ante él, aunque eso había sido hace medio siglo.
Durante la batalla para derrotar a Basmon, el sexto comandante del ejército del Rey Demonio, tres de sus seis compañeros habían perecido.
Aunque la victoria fue suya, el precio fue la vida de sus compañeros, un coste que le pareció injustificable.
Basmon, aunque era el más débil de los seis comandantes, había sido absurdamente poderoso.
Los Siete, la fuerza más poderosa de la humanidad, habían necesitado una semana de batalla continua para derrotarlo.
Ahora, mirando hacia atrás, se dio cuenta de la suerte que habían tenido al ganar.
Aunque Siegfried era el guerrero más poderoso de la humanidad, había sido como una criatura insignificante ante los comandantes del Rey Demonio.
Tal era la disparidad entre demonios y humanos.
Desde aquel día, Siegfried había comenzado a entrenar en las técnicas de aquel espadachín errante, llevando sobre sus hombros el peso de las esperanzas de la humanidad.
Finalmente, a los setenta años, Siegfried estaba al borde de la iluminación.
Crac.
Kang Geom-Ma, que se encontraba a una distancia prudencial, se inclinó hacia delante, conteniendo a duras penas la fuerza que amenazaba con lanzarlo contra su oponente.
Su postura se asemejaba a la de un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa.
Sus ojos brillaban con un destello feroz e intenso. Parecía haber decidido resolver el combate de un solo golpe, agarrando ambas espadas y sosteniéndolas en un agarre inverso.
Siegfried esbozó una breve sonrisa y, en respuesta, apretó el agarre de su espada.
Desató su Bendición.
La Bendición del Espíritu de la Espada.
Una bendición de nivel espiritual que llevaba las habilidades de un espadachín a su máximo nivel, otorgándoles una concentración absoluta. Era una técnica única dentro de la familia Nibelunga, una que solo unos pocos elegidos habían dominado en setecientos años.
Una luz azulada comenzó a envolver la espada, como si la hoja estuviera envuelta en un fuego feroz y ardiente. Siegfried sonrió mientras gritaba.
«¡Ven, Kang Geom-Ma!».
Al oír el sonido de su poderosa voz, Kang Geom-Ma se lanzó hacia adelante.
¡Bum!
— Notas.
Por alguna razón la traducción decía “espada” en este capítulo cada vez que se hablaba del arma del protagonista, lo he dejado así a pesar de que lo que lleva es su cuchillo de sashimi. Pasó igual con el cuter de Chloe en capítulos anteriores que sí me tomé la libertad de cambiar para no confundir al lector pero dado a qué por alguna razón el autor debió de usar la palabra “espada” (al menos en la traducción al inglés, no sé coreano) lo voy a dejar así por si su intención es hacer ver qué el cuchillo es su espada. Lo dejaré a partir de ahora así. Siéntanse libres de usar su capacidad de discernimiento, y si causa muchas molestias háganmelo saber y adaptaré el cambio del texto original para que concuerde. ______